No hay muerte más poética que abrirse las venas en canal. Me he imaginado mi muerte tantas veces que hay días en que despierto con la sensación de estar flotando.
viernes, 9 de abril de 2010
Poema al Suicido
No hay muerte más poética que abrirse las venas en canal. Me he imaginado mi muerte tantas veces que hay días en que despierto con la sensación de estar flotando.
El día que yo muera, si el destino no me juega una mala pasada, será por mi propia mano. Un suicidio planeado a detalle.
Primero conseguiré un apartamento con tina. Una tina de porcelana blanca, de preferencia antigua. No pienso morir desnuda, ni mostrar mis blandas carnes a los fotógrafos de la nota roja.
Quiero una muerte de fotografía con un vestido victoriano de color blanco, largo y ceñido a mi cuerpo. Elegiré con cuidado el arma. Puntiaguda y muy filosa, una daga tal vez, un toque teatral extra.
Me sumergiré en la tina y hundiré mi cuerpo hasta quedar totalmente húmeda. Quiero que el vestido absorba el agua suficiente para quedar en un tono mate y mi cabello rojo se adhiera a mis mejillas.
Antes de iniciar el ritual tomaré una pastilla completa de Diazepam y meteré mis brazos al agua caliente para ablandar la piel.
Con la daga haré un corte único, limpio, de forma vertical. Luego, antes de regodearme en el dolor, cortaré la otra muñeca. Una vez que la sangre comience a manar hundiré mis brazos de nuevo, situándolos sobre mi regazo. Y me dedicaré a observar cómo el agua se tiñe de sangre. Imaginaré la toma desde arriba, el cristal acuoso de mi vida diluida en contraste con el blanco vestido y mi piel tornándose azul lentamente. Mis pulmones repletos de esa esencia mezclada con el oxígeno del agua.
Me iré quedando dormida, poco a poco mi cuerpo se deslizará bajo el manto líquido, donde los restos de mi savia crearán ondas con los últimos latidos de mi corazón.
Así moriré, desangrada y vestida de blanco… hundida en agua tibia que hervirá con el calor de mi cuerpo. Moriré bañada en sangre, pero convertida en poema.
No me da miedo pensar en mi muerte, me gusta imaginar la fotografía perfecta del suicidio planeado y transformado en un acto artístico. No me da miedo morir como una dramática Julieta sin Romeo. No, la muerte no me asusta, porque –a diferencia de los católicos– yo no creo en el infierno…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)