Adolescente
Llorando por un extinguidor para apagar tanta locura. Tan sintético que el fuego correrá de la habitación!
Saltaríamos y trataríamos de atrapar el humo en nuestros pulmones, para no olvidar jamás.
No quiero ir a casa. Verás, no me permiten jugar con fósforos en mi cuarto. Ni perder la ropa entre la alfombra.
Pelearíamos sobre la cama hasta acalambrarnos.
No, preferiría dormirme entre el mareo, de esa manera no haría falta que rece.
Hagámonos flexibles, gritaríamos como nunca! Llename, ¡te llenaría si dijeras que sí! O no digas nada. Dame ¿querés? Te doy todo el humo que quieras. Te daría toda la ropa y la voz que quieras. Te doy todo y no me devuelvas nada. En este vástago calor ni la piel me hace falta.
Quema, quemaría si articulara las piernas. Si las juntara probablemente el ardor sería terrible.
¿Podríamos vivir así? ¿A 180 grados sobre tu cuerpo y la risa, calando todo? Podríamos.
Si supieras parar la infección. Debe ser inercia.
Y el impulso es la corrida de dagas con propósito de hondar en lo blando.
Y que corra lo rojo.
Y que lo negro se mescle con todo.
Y que los corazones compartan latidos. Todo eso podríamos.
Pero no hay extinguidores. No hay fuego. Ni siquiera hay humo.
Entonces, ¿por qué siento que quemo?