Llegó en junio, empezado el segundo trimestre del instituto.
Llegó y no pude evitar el escalofrío cuando se sentó a mi lado.
El cuerpo que movía con tanta gracilidad me provocaba quedarme colgada mirándolo por horas.
Su piel blanquecina parecía casi de porcelana.
En sus manos se le explayaban unas venas azuladas, igual que sus ojos penetrantes, que no dejaban de mirar al frente.
No fui muy agraciada cuando de vida social se trata. Nunca me esforcé. Creo que no me interesó relacionarme con los demás.
Tan llenos de problemas, defectos y basura. Con la mía alcanza, asique, ¿para qué acumular?
Como es que nada me salía bien. Digamos que la suerte no ayuda a los raros. Rara. Siempre fui llamada así. Pero está bien. Nunca conocí otro trato.
Y si él lo hubiera sabido, ¿se habría acercado igual?
Si hubiera tenido idea de cómo funcionaba mi mente, ni siquiera se hubiera sentado a mi lado en su primer día de clases.
Lo retorcida y rara lo ocultaba bastante bien bajo el largo cabello negro que siempre llevaba sobre mi cara, pero aun así,,
Fui tan débil. Deje que un niño interfiriera en lo que tanto había esperado. Mi camino a la libertad, obstaculizado por la cosa más hermosa que pudo existir.
Te podías perder en sus ojos. Dos puertas a lo que la gente llama el cielo. Verás, yo definitivamente no creo ir al cielo, pero que lo he probado, eso no lo puedo negar. Con cada una de sus miradas arrancaba un pedazo y me lo guardaba para saborearlo más tarde, cuando todas las luces se extinguieran y de pesadillas en pesadillas apareciera su cara, iluminando mi oscuridad.
No seguir adelante con el plan de huida.
Ya que había encontrado una buena razón para quedarme,
aunque sea por un tiempo más.