6:00. 

Doblando el borde de la hoja para no olvidar en que pagina me quedo, dislumbro el cielo. Lucha por convertirse en azul, pero solo consigue un atontado purpura menguante. El colectivo, casi vacio, se sacude como si la calle estuviera minada. La gente. La misma gente de siempre, sentada en el lugar de siempre. La monotonía de sus caras me hace pensar si en la mía también se dibujará el pesar de la rutina. Probablemente ellos no se den cuenta, y yo tampoco. Que idiotez el notar las fallas de los demás, y creernos índigos. Si se viera desde otro ángulo, de modo subjetivo, se podría decir sin dudas, que somos hormigas. Ciegas, guiándonos por instinto.

Estoy segura que la mayoría de mis compañeros de viaje no han pensado en dibujar su propio camino. Puede que el colectivo siga un patrón. Puede que todos lo sigamos. Teniendo el poder de 'hacer', la mayoría se queda en lo seguro.

Por eso trato de no fumarme sus caras desganadas. 

Y siempre que llego a la misma conclusión, el sol se abre paso.