Ana

Alegando que las palabras correctas para describirse serían mal aprendida, no mal educada, los ojos se cruzaron y el hilo conector se partió en dos. El umbral por el cual sus delgadas piernas pasan salpicando graciedad se encuentra lleno de Hojas secas. Que terrible época. Las cosas solían ser completamente distintas. No existía el Sol, todas las Criaturas eran Criaturas. No había necesidad de cambiar de piel tan bruscamente. Las estaciones se mesclaron. Le dijeron que estamos en constante adaptación, que a la desesperación no le diera lugar. Que las Criaturas dejan de ser Criaturas cuando lo que escapa a ellas escapa a todos. Cuando las cosas dejan de tener unos matices sepia y todo se vuelve monopolizado por La mano más grande. La gente muere. Enfermedades mentales, físicas, rondan las calles y el umbral repleto de hojas impiden el paso del río. ¿Cuándo fue que la etnia universal desarrolló las fobias, las manías? Creencias sobrevaloradas, gente apoyada en palabras santificadas que en el Final, la lengua supura al pronunciarlas sin caso alguno. La Luna merma. Millares de Criaturas abrazadas por el Sol no consiguen adaptarse. Millares abandonan, millares hibernan en primavera. Aquellas piernas delgadas que desparramaban dulzura se dedican a recolectar las hojas. Y así sucede. La deshidratación es directamente proporcional al descenso de los Mares. Las Criaturas, abatidas por las Hojas. La Luna, despojada para siempre del manto astral por el Sol. El Final, inminente.

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